Michael Villamil
Mi historia comienza con el deseo de la multiplicidad de personas que viven en nuestro país: poder mejorar la calidad de vida del núcleo familiar. Para tal fin, me dispuse a abandonar la casa materna y aventurarme a estudiar filosofía, tal vez la carrera que menos ingresos económicos puede representar, pero sí la profesión que desde niño supe que era para mí. Me trasladé desde la fría Bogotá hacia una ciudad calurosa tanto por sus personas como por su ambiente. Bucaramanga fue la ciudad que escogí para rehacer mi proyecto de vida; experiencias nuevas, cultura nueva fue lo que encontré y asumí como mi nueva realidad.
El llegar fue tan complejo como lo que resultaría después de una clase en la facultad de humanidades. El 21 de julio del 2011 marcó lo que es ahora mi vida. Entrando a la universidad me choqué con la perplejidad de la idea en la que cualquiera puede decidir sobre la vida ajena. En mi caso, un agente de nuestra seguridad fue el que tomó la decisión de hacer un disparo sin importarle en los más mínimo lo que tal decisión desencadenaría. Mi ceguera parcial es consecuencia de alguien desconocido que sintió el valor de apagar no solo mi ojo derecho, sino una cantidad de ilusiones y metas que ya estaban previstas.
Pasaron días, meses y yo seguía sin comprender el por qué de esa realidad tan lúgubre. ¿Qué hice para tener que estar diariamente como entre la vida la muerte? Y hablo de estos dos aspectos referenciando el hecho de debatirse entre la oscuridad en mis ojos y la ilusión de volver a la normalidad. Sin embargo, ya debía, de una u otra manera, asimilar mi nueva condición. Es en este punto exacto donde decido empezar con algo nuevo para mí desde mi parte física y mental. Sin tener la más remota idea de nadar, quise inmiscuirme en el mundo de la natación. Así que, Comencé en las piscinas Olímpicas de Bucaramanga. Las “panelitas” fueron mis mejores aliadas y a la vez, de quienes me quería separar rápidamente.
Luego de esa necesaria ruptura, dediqué dos turnos de mi día para aprender a nadar todos los estilos y poder estar con el equipo de la universidad. Finalmente, pude estar con ellos, pero no a un nivel tan alto. Solamente me permitían entrenar con el grupo. Transcurrieron 2 años y me empecé a interesar por el triatlón, pues todos los días pasaban corriendo alrededor de las piscinas un conjunto de hombres y mujeres que se llevaban mi atención. Averigüé y me hice con unos planes de entrenamiento de páginas de internet; necesitaba estar lo mejor entrenado posible para poder presentarme a la Liga de triatlón y no seguir percibiendo aquel grupo de deportistas desde lo lejos. Conseguí mi cometido; ingresé al equipo y a partir de ese momento, 3 años, me dedico a mediar agua, carretera y pistas de atletismo como una especie de cura a mi curiosa ceguera, curiosa desde la perspectiva de no notarse, sino hasta que preguntan por mis caídas repentinas o estrellones con cosas que se sitúan a mi derecha. Mi respuesta siempre será la misma: “no debe notarse, si se notara estaríamos en la dinámica de que nosotros, los de posibilidades diferentes, debemos adaptarnos al mundo cuando lo que debería pasar es lo contrario, el mundo debe adaptarse a nosotros”.
Así las cosas, me puedo catalogar como una persona que vive desde un contexto al que muchos temen: la oscuridad. Si bien no es una oscuridad total, un gran porcentaje de mi día a día se encuentra en esa condición. El eco de saber que no puedo ver las cosas como los demás tiende a ser paradójico, pues mientras muchos creen que mi condición limitaría en demasía mis posibilidades de ser, yo pienso que, aún sin poder ver a cabalidad, he logrado descubrir lo que para todos es invisible, a saber, una sempiterna valentía. Y de allí se desprende mi determinación y decisión por vivir, por no quedarme con lo que la sociedad me puede ofrecer bajo mi condición. En este orden de ideas, estas dos cualidades me han llevado al deporte. En este mundo encontré la mayor de las posibilidades de influir en el pensamiento facilista y temeroso de las personas que me rodean. Nadar, montar bicicleta y correr sin saber o tener claro el camino es completamente equivalente a la vida misma, a esa indecisión de saber la vía específica por la que uno va. Y es ahí donde viene la decisión de querer ser, de querer vivir, de avanzar y no entregarse la errónea idea de que no somos capaces de hacer las cosas. El deporte cambió la manera de afrontar mi condición de posibilidades y complementó mi otra pasión: la educación. Pues me hizo entender que es la mejor combinación y que todo el tiempo se enseña ya sea con el ejemplo, ya sea con la palabra, ya sea con solo decidir luchar.